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Recordamos la música que sonaba a finales del siglo XX, cuando el rock alternativo asaltó el 'mainstream'
La última década del siglo XX fue también la última era dorada de la industria discográfica. Mientras muchos melómanos compraban de nuevo toda su colección de vinilos en CD, las compañías no alcanzaban a imaginar la derrota que les esperaba con el cambio de milenio, Napster, el mp3 y el intercambio de archivos por Internet. Fue un tiempo de vacas gordas, con dinero para apostar por la música alternativa (grunge, britpop, trip hop, electrónica…) y gastarlo en videoclips. Después todo cambió… ¡Pero cómo lo disfrutamos mientras duró!
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Si en 1991 tenías 15 o 16 años, es posible que vivieras la salida de ‘Smells like teen spirit’ como una auténtica revelación. Puede que Nirvana no inventaran absolutamente nada, pero sintetizaban a la perfección el indie, el punk y el rock alternativo de los 80 y lo catapultaban al ‘mainstream’ con una furia inusitada. Por un breve periodo de tiempo, ‘Smells like teen spirit’ representó el asalto del underground al poder de la MTV y las grandes compañías de discos, abriendo camino a todo lo que estaba por llegar (bueno y malo) en la década de los 90.
La canción más emblemática de TLC fue un éxito rotundo a pesar de tratar temas muy duros, como el tráfico de drogas y el sida. De entrada, ni siquiera el sello de las de Atlanta lo veía claro, pero un videoclip de un millón de dólares impulsó la canción, que advierte del peligro de elegir según qué caminos en la vida. Un medio tiempo de nu soul con un estribillo inolvidable que nos acuna como una madre a un adolescente descarriado. Convertidas en agua, las componentes de TLC nos pedían que no persiguiéramos cascadas, que nos quedáramos en las orillas de los ríos y los lagos ya conocidos.
Después de ‘Dry’ (1992) y ‘Rid of me’ (1993), PJ Harvey ya era una estrella de culto del circuito alternativo. Sin embargo, su blues punk y su figura extravagante todavía tenía que crecer y lo hizo con ‘To bring you my love’ (1995), primer disco sin su trío. Coproducido por ella misma con Flood y el desde entonces inseparable John Parish, Harvey agrandó su sonido, dejando atrás el minimalismo anterior –’Rid of me’ lo había producido Steve Albini– y apostando por elementos electrónicos y un cuarteto de cuerda. ‘Down by the water’ es una ‘murder ballad’ terrible sobre una madre que deja que su hija recién nacida se ahogue, con guiño a Lead Belly.
‘Unfinished sympathy’, tercer single de la historia de Massive Attack incluido el fundacional ‘Blue lines’ (1991), es una piedra angular del trip hop, con una influencia que llega hasta nuestros días. Con la voz llena de soul de Shara Nelson, el latido del hip-hop y una orquesta sinfónica como rasgos más distintivos, la pieza nos sumerge en una especie de épica desasosegante que nos agarra y ya no nos suelta. Para evitar la censura de la radio a la hora de promocionar el ‘single’ –era la época de la Guerra del Golfo– el grupo pasó a llamarse solo Massive, sin el Attack.
No es la primera respuesta de la historia a una canción machista desde una perspectiva feminista –recordad el inolvidable ‘Respect’ de Aretha Franklin contestando a la pieza del mismo título de Otis Redding–. En este caso, Neneh Cherry se inspiró en la paternalista ‘It’ s a man’s man’s man’s world’, de James Brown, para crear un himno al empoderamiento femenino bajo los parámetros estéticos del trip hop de la época y que todavía ahora resulta tremendamente emocionante. Ah, el disco donde estaba incluida se llama ‘Man’ y también contenía la maravillosa ‘7 seconds’, cantada con Youssou N’Dour y convertida en hit un par de años antes.
Björk eligió como primer single de su aclamado segundo trabajo ‘Post’ (1995) esta pieza de rock industrial con aires futuristas en el que la islandesa riñe a su hermano por su comportamiento: “Si te quejas una vez más, encontrarás un ejército de mí”, va repitiendo el estribillo sobre el martilleo de una base rítmica maquinal. En 1995 la música de Björk nos mostraba una especie de distopía/utopía donde los robots tenían sentimientos; podíamos intuir el futuro, pero todavía no alcanzábamos a verlo del todo.
Durante mucho tiempo, fueron los grandes tapados del britpop. Jarvis Cocker y los suyos habían fundado el grupo en el Sheffield de 1978 y habían debutado en disco en 1983, pero hasta ‘Different class’ (1995), su quinto trabajo, no alcanzaron el éxito que merecían. Gran parte de la culpa es de esta canción, un monumento irónico, bailable e irresistible a la lucha de clases, sobre una chica rica que quiere vivir y sentir como la “gente normal”. Jarvis le dice: “Seguro?”.
Desde que se han separado, valoramos todavía más el enorme el legado del dúo francés, empeñado en acercar la música house y disco a los seguidores del rock y viceversa. El riff, pegajoso como un chicle en el zapato, está sacado del sonido de una sirena, con una melodía inspirada en Giorgio Moroder; curiosamente, querían emular los discos de gangsta rap de la época, que a su vez bebían del funk de los 70. Una muestra del genio compartido por Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo, ya en su primer trabajo ‘Homework’ (1997), rematada por un inolvidable vídeo de Spike Jonze.
El tercer single del debut de Oasis, ‘Definitely maybe’ (1994), entroncaba con la psicodelia de los Stone Roses –de Manchester como ellos–, pero también con el pop británico más clásico. Y es seguramente ese regusto atemporal lo que se paladeaba con más ganas a principios de los 90. Melodías pop de toda la vida, reminiscentes de los Beatles, con guitarras que sonaban a clase trabajadora elevándose por encima de las grisuras cotidianas, estribillos gloriosos mediante.
Qué manera más impresionante de empezar una década. Una artista irlandesa desconocida en nuestro país elige una pieza de Prince casi inédita y la convierte en icónica. Con la canción descubrimos también una cantante con una fuerte personalidad, muy distinta al cánon de los 80: con la cabeza rapada al uno, sin pelos en la lengua en las entrevistas, sin temor a represalias por sus ideas religiosas o políticas. O’Connor pensó que Prince la querría por haber cantado su canción, pero se encontró con “el ser humano más aterrador” que había conocido nunca. “Incluso más aterrador que mi madre”, dijo en el ‘Belfast Telegraph’. Sin saberlo, la lágrima que derramaba en el vídeo de ‘Nothing compares 2 U’ estaba más que justificada.
Después de parecer unos ‘one hit wonders’ con ‘Creep’ y de intentar alejarse de ello con su segundo trabajo ‘The bends’ (1994), Radiohead dieron el salto definitivo hacia lo que son ahora con ‘OK Computer ‘(1997) un disco que apuntaba más a los 2000 que a los 90. Y la canción insignia fue’ Paranoid android ‘, extraña elección para un single, ya que duraba más de seis minutos y tenía varias secciones muy diferenciadas entre ellas. Sin embargo, esta pieza con aires de rock progresivo conectó a la perfección con un momento en que ya se vislumbraba la alienación que provocaban sobre la gente el capitalismo moderno y las nuevas tecnologías. Radiohead creaban belleza a partir de sentimientos de angustia y extrañeza mientras se consagraban como uno de los grandes grupos de rock de la historia.
¿La línea de bajo más conocida y celebrada los 90? Muy posiblemente. El grupo de las hermanas Deal, ya sin Tanya Donelly, saboreó el éxito con este hit instantáneo –básico, sucio, divertido– que explotó, tal como adelanta el título, como un cañonazo. Los Pixies se separaron mientras Kim Deal estaba en el estudio grabando la canción y, irónicamente, su proyecto paralelo sí se benefició del boom del rock alternativo propiciado por el éxito de Nirvana y el grunge. Lástima que no volvieran a repetir nunca un éxito como este.
‘Crooked rain, crooked rain’, el segundo disco de Pavement, de 1994, contiene otros hits de melodías maravillosamente desastradas, como ‘Cut your hair’ y ‘Gold soundz’, pero el espíritu irónicamente campestre de ‘Range life’ resultaba especialmente divertido en la época en que los reyes del lo-fi demostraban que podía seducirse a público y crítica con canciones aparentemente torpes, pero solo aparentemente. Fijaos en el talento compositivo de Stephen Malkmus, que aprovechaba la letra para lanzar un beef a los Smashing Pumpkins y a los Stone Temple Pilots, aunque quién sabe, porque toda la música de los californianos parece teñida de un humor absurdo casi dadaísta.
Un himno al desenfreno juvenil que se bailó hasta la extenuación en bares musicales y discotecas durante los años 90. Era el primer single de ‘Parlklife’ (1994), tercer disco de Blur, el trabajo que los catapultaría a primerísima línea de lo que se llamó britpop. Con Oasis, sus rivales, se disputaron el trono del pop británico durante una buena temporada, emulando un poco aquella pregunta de “tú que eres más, de Beatles o Stones?”. En ese momento, si tenías ganas de fiesta, seguro que eras más de ‘Girls and boys’.
Quiso ser el grito de auxilio de un alcohólico -Karl Hyde, mitad del dúo londinense- y terminó popularizando el techno entre el público masivo gracias a su inclusión en la banda sonora de ‘Trainspotting’ (Danny Boyle, 1996). La canción -repetitiva, fragmentada, que quería representar el punto de vista de alguien que va muy pasado– se ha convertido una pieza icónica de un momento en que la cultura de club y las ‘raves’ hicieron fortuna entre la juventud ofreciendo una vía de escape a una realidad a menudo demasiado jodida. Desde los acordes iniciales con rebote –reconocibles al instante–, hasta la batucada final, ‘Born slippy.Nuxx’ sintetiza a la perfección el momento y las ganas de fiesta de los jóvenes de los 90.
El primer single del cuarto álbum de los Beastie Boys, ‘Ill communication’ (1994) sintetizaba a la perfección la mezcla imposible que proponían los Beastie Boys: hardcore punk blanco injertado de rap, con un riff irresistible que invitaba a un pogo emocionante y violento. El vídeo de Spike Jonze, que emulaba las películas y series policíacas de los años 70 tuvo parte de la culpa de su éxito masivo. Parecía el tráiler de un filme trepidante que no existía. ¿Lo rodará alguien algún día?
En la estela de Massive Attack, Portishead dieron un paso más hacia la popularización del trip hop con ‘Dummy’ (1994). ‘Glory box’, la canción que cerraba el disco y también el tercer single del álbum, era una especie de blues arrastrado basado en un ‘sample’ de Isaac Hayes en bucle y la hipnótica voz de Beth Gibbons encima (en el videoclip, caracterizada como una cantante de jazz de los años 50), meciéndose sobre la lenta cadencia y con el contrapunto de una guitarra distorsionada arañándole protagonismo.
A finales de los 90 irrumpió con fuerza el son cubano gracias a la publicación de ‘Buena Vista Social Club’, un disco producido por Ry Cooder que significó el renacimiento de una serie de artistas ya veteranos que habían caído en el olvido después de la revolución. Gracias al álbum –y al documental de Wim Wenders– el público de finales de los 90 descubrió nombres como Compay Segundo, Omara Portuondo, Eliades Ochoa e Ibrahim Ferrer. Canciones como ‘Chan chan’ despiertan una delicada nostalgia a la vez que evidencian el anglocentrismo de una época en la que nadie hubiera podido imaginar un boom latino como el actual.
La aparición de Rage Against the Machine en el panorama musical con ‘Killing in the name’ fue como un latigazo. Tenían el espíritu revolucionario de los Clash, pero sonaban más agresivos y modernos para la época: por los riffs y solos de Tom Morello, por la fusión orgánica entre rock duro y rap y por el carisma de Zack de la Rocha lanzando consignas políticas. Las mismas que se convertían en gritos de guerra –a menudo con la letra cambiada– en las pistas de baile donde se celebraba con pogos incendiarios el estallido de después de cada “Now you do what they told ya”.
Cuando Bernard Butler dejó Suede, muchos dudaban de que Brett Anderson lo fuera a lograr sin él. Sin embargo, Richard Oakes llenó magníficamente el vacío que había dejado el guitarrista y, con el tiempo, se ha demostrado que el primer álbum del grupo sin Butler, ‘Coming up’ (1996), es un gran disco, con una serie de hits inolvidables como este ‘Beautiful ones’, que retrataba el hedonismo de la cultura de club de los 90 bajo el clarísimo influjo de David Bowie.
Es imposible hablar de los 90 sin referirse al noise pop o el shoegaze (lo de mirarse los zapatos, no por timidez sino porque es donde están los pedales de efectos). Y, desde Irlanda, My Bloody Valentine fue uno de los grupos más representativos de esta estética, si no el que más. Con ‘Loveless’ (1991), no solo definieron un sonido y una forma de hacer rock con cascadas de guitarras distorsionadas y el uso del sampler, sino que lograron enterrar en ese magma sublimes melodías de pop cristalino, como las que canta Bilinda Butcher en este ‘Only shallow’, brutalmente contrastadas por el muro sónico instrumental.
Es difícil explicar la excitación que supuso la irrupción de Los Planetas en el panorama musical a alguien que no viviera el cambio de paradigma que supusieron grupos como ellos a principios de los 90. En ese momento, la industria del pop español se había quedado desfasada y los grupos indie resultaban aire fresco y rejuvenecedor. Los de Granada habían debutado con un EP en Elefant, pero enseguida los fichó una multinacional (RCA-BMG), con lo que su pop urgente, con la voz de J enterrada bajo guitarras distorsionadas, llegó a muchísima gente con ganas de celebrar una música más auténtica y menos prefabricada; ‘Qué puedo hacer’ fue el hit de todo esto.
Los años 90 no solo fueron la era dorada de la música alternativa, sino que a menudo eran las ‘boy bands’ del momento las que reinaban los ‘charts’. Y Take That lo petaron con ‘Back for good’, una balada de pop comercial que rozaba la perfección, escrita y producida por Gary Barlow para el segundo álbum de los británicos, ‘Nobody else’ (1995). La canción logró el récord de mantenerse lo más alto de las listas británicas durante 45 semanas seguidas y también fue número 1 en España, como en decenas de otros países.
La década estaba a punto de terminarse y todavía no sabíamos que Beyoncé se convertiría en la Beyoncé que es ahora, pero Destiny’s Child apuntaban ya hacia los 2000 con audacia. ¿Se acababa la era de las boy bands y comenzaba un siglo con más presencia femenina? Probablemente esta canción –sobre una chica que desafía a su pareja a pronunciar su nombre ante la persona con la que cree que la engaña– ya apuntaba hacia el mundo que tenemos ahora, en el que el R&B –masculino y femenino– no necesita una lista de éxitos separada. ‘Spoiler’: la música negra –y la latina– acabará mandando en el pop del siglo XXI.
Desde Olympia, Washington, Bikini Kill fueron la punta de lanza del movimiento riot grrrl, formado por grupos de chicas que luchaban contra el machismo imperante con las guitarras abrasivas y la agresividad propias del punk. El grupo de Kathleen Hanna fue enormemente influyente en un momento en que el rock estaba fuertemente masculinizado, hasta el punto de marcar poderosamente a Kurt Cobain, conocido por su sensibilidad feminista (inconscientemente, Hanna también dio nombre al éxito de Nirvana ‘Smells like teen spirit’, pero eso es otra historia). ‘Rebel girl’ ha quedado probablemente como la canción más emblemática del movimiento.
Uno de los hitos de la música de los años 90 fue el disco ‘Omega’ (1996), que unió el flamenco de Enrique Morente con el rock de Lagartija Nick, todos ellos de la ciudad de Granada. ‘Omega’ fue un trabajo transgresor y bello, que abrió muchísimas puertas a la experimentación y rompió barreras. ‘Pequeño vals vienés’ mantenía la melodía de la canción que Leonard Cohen hizo sobre el poema de Lorca, pero la devolvía a su lengua original, creando un monumento sonoro que quedará ligado para siempre el recuerdo del poeta.
Construida sobre una sencilla e hipnótica línea de piano, ‘C.R.E.A.M.’ se ha convertido en una de las canciones más icónicas de la historia del hip-hop. Pertenece a ‘Enter the Wu-Tang (36 Chambers)’ (1993), considerado el mejor disco del grupo de Staten Island y uno de los mejores del género. El acrónimo del título viene del famoso estribillo que se va repitiendo a lo largo de la canción: “Cash rules everything around me” (el dinero lo gobierna todo a mi alrededor) apuntalado por aquel inolvidable “CREAM, get the money / Dollar dollar bill, Y’all”.
Los fans de Metallica pusieron el grito en el cielo cuando los californianos publicaron su ‘Black album’. No perdían fuerza ni agresividad, pero el sonido era más comercial: dejaban atrás el thrash metal de los discos anteriores para abrazar un hard rock más digerible para las masas con el que entraron en rotación en la MTV, sobre todo con ‘Enter Sandman’ y su riff inolvidable. Con el tiempo, la canción, que exploraba los miedos irracionales de un niño, se ha convertido en el clásico de la banda –y también del rock– que ayudó a convertir a Metallica en los gigantes que son ahora.
Mucho antes de que Smashing Pumpkins se convirtieran en un grupo aburridísimo, los de Billy Corgan crearon su obra maestra, ‘Mellon Collie and the infinite sadness’ (1995), un doble álbum que contenía unos cuantos hits memorables, como este ‘1979’, con una agradable sensación de inmediatez y urgencia, aunque calmada, en comparación con la pomposidad de piezas como ‘Tonight, tonight’. Una oda a la adolescencia perdida, que 25 años más tarde todavía nos pone más nostálgicos.
En la Barcelona de finales de los 90 estalló el mestizaje, una fusión de estilos procedentes de todo el mundo que recibió la importantísima influencia de Manu Chao. Fue él mismo, de hecho, quien recogió el éxito comercial más espectacular en este campo, con un disco viajero grabado en solitario tras la disolución de Mano Negra. ‘Clandestino’, la canción titular y la más emblemática de un álbum que vendió millones de copias, enumeraba los sufrimientos que padecen las personas migrantes y se convirtió en un himno de la lucha contra las injusticias de la globalización.
Umpah-pah no llegaron a triunfar tanto como otros coetáneos del rock catalán, pero llegaron a cotas creativas altísimas, ya desde el primer disco. ‘La catximba i els rostolls d’Angelina’, un reggae a medio tiempo delicioso, es solo una muestra de la originalidad del grupo, tanto en la música como las letras. Adrià Puntí, haciendo uso de una libertad creativa poco vista en el rock en catalán, rozó la genialidad en más de una ocasión (“Vull córrer entre gladiols morint curull d’esperit del pol·len / pres d’un delit soc desaforat, sé que és lo que hi ha”).
Cuando salió este hit interplanetario, Britney Spears aún no había cumplido 17 años, un detalle nada despreciable teniendo en cuenta los ríos de tinta que hizo correr esta joven de Misisipi con su debut. El clip con el uniforme escolar sexy y las posibles interpretaciones S&M del verso “hit me baby one more time” no pasaron desapercibidos de las miradas escrutadoras de los críticos, aunque la pareja de productores suecos Max Martin y Rami afirmaron que creían que la palabra ‘hit’ se refería a una inocente ‘llamada’ en argot. En cualquier caso, todavía no podemos quitarnos de la cabeza la melodía que convirtió Spears en una estrella del pop.
De acuerdo, R.E.M. es un grupo más de los 80 –publicaron seis discos durante esa década-, pero su canción más famosa, ‘Losing my religion’, es de 1991. Sin embargo, si como nosotros has terminado aburriendo un poco la famosa mandolina, quizás también eres más de ‘Automatic for the people’ (1992), un disco que hicieron en plena resaca del éxito estratosférico de ‘Out of time’ (1991) y que les salió mucho más relajado. La balada ‘Everybody hurts’, el principal hit del álbum, avanza lentamente, como un río de mercurio, hacia un ‘crescendo’ subrayado por los inolvidables arreglos de cuerda del ex bajista de Led Zeppelin John Paul Jones.
A principios de los 90, Kiko Veneno publicó dos discos clave en su trayectoria, ‘Échate un cantecito’ (1992) y ‘Está muy bien eso del cariño’ (1995). El hecho de fichar por una multinacional (BMG-Ariola) le permitió grabar en Londres con Joe Dworniak y, además, contó con el importante apoyo de Santiago Auserón. Pero esto no habría sido nada sin canciones como ‘Lobo López’, ‘En un Mercedes blanco’ o esta ‘Echo de menos’, que se convirtieron en éxitos muy queridos. Rumba pop inteligente y gustosa que todavía entra como un guante de seda.
El pop de los 90 estuvo dominado por los mercados estadounidense y británico, pero no podemos obviar expresiones potentísimas como la música raï, de origen argelino, que vivió una era dorada con artistas tan importantes como Rachid Taha, Khaled y Faudel. Los tres se juntaron en 1998 en París y grabaron un concierto que se publicó en forma de doble disco titulado ‘1, 2, 3 Soleils’ (1999) y contenía piezas tan vibrantes como este ‘Ya rayah’, de Dahmane El Harrachi, popularizada más tarde por Taha.
Pocos grupos irrumpieron en el panorama de los 90 con tanta frescura como Los Fresones Rebeldes. Formados en Barcelona en 1995, tardaron muy poco en petarlo con ‘Al amanecer’, un hit instantáneo que conjugaba el punk de grupos como Ramones con cierta ingenuidad twee pop que en España se bautizó –a veces malintencionadamente– como ‘tontipop’. No fueron exactamente unos ‘one hit wonders’, pero el mejor legado de su pop urgente y juvenil es quizás el recuerdo de ese momento álgido y efímero, tan dulce y explosivo como los Peta Zetas.
De acuerdo, eres un fan de Red Hot Chili Peppers de toda la vida y para ti el mejor disco del grupo de Los Ángeles es el ‘Mother’s milk’ (1989), porque además te da cierta rabia lo masivos que llegaron a ser con Blood sugar sex magik (1991). Lo que no podrás negar es que este disco, con toneladas de imaginación y un John Frusciante pletórico a la guitarra –de Flea ni hablamos–, lograron un hito creativo que además supo acercar al gran público su funk divertido y agresivo. No fue el único hit del álbum –recordad ‘Suck my kiss’ y ‘Under the bridge’–, pero quizá sí el más representativo.
Después de escandalizar parte del establishment ‘nostrat’ con sus dos irreverentes primeros discos en catalán, Albert Pla inició una nueva y fructífera etapa en castellano. Primero con ‘No solo de rumba vive el hombre’ (1992) y después con ‘Supone Fonollosa’ (1995), que adaptaba una serie de poemas de José María Fonollosa y donde incluyó esta genial adaptación el ‘Walk on the wild side’ de Lou Reed. Una buena versión es como una creación original y, en este caso, el cantautor de Sabadell dio una innegable vida propia a una icónica y archiconocida pieza de rock.
En los tiempos de la grasa y el hollín del grunge surgía un artista diferente: un blanco con media melena al estilo Kurt Cobain que mezclaba con ironía el folk y el hip-hop. Hijo de músico (Dave Campbell) y artista visual (Bibbe Hansen), Beck había crecido en un barrio pobre de Los Ángeles, donde era el único niño rubio. Llevaba la mezcla cultural y la creatividad incorporadas de fábrica y creó un estilo propio con una yuxtaposición de elementos que incluían el pop, el country, el rap, el funk y la electrónica. ‘Loser’ fue el milagro que, desde el underground, lo catapultó a la fama con un mensaje sardónico que conectaba con una generación desencantada. Todos lo hemos cantado, ¿no?: “Sooooy un perdedor, I’m a loser, baby, so why don’t you kill me?”.
La explosión de Alanis Morissette en el ‘mainstream’ también sacudió la década, al menos por un breve periodo de tiempo. La cantante canadiense, que hasta entonces practicaba un pop más azucarado que había pasado desapercibido en el mercado internacional, publicó un tercer disco con un sonido mucho más agresivo que encajaba a la perfección con el rock alternativo del momento. El bombástico ‘You oughta know’ fue el sencillo principal de ‘Jagged little pill’ (1995), un álbum que sonaba a todas horas y que vendió la friolera de 33 millones de copias en todo el mundo.
Manolo García y Quimi Portet firmaron su canción más famosa hacia el final de la trayectoria de El Último de la Fila. Formaba parte de su penúltimo álbum ‘Astronomía razonable’ (1993) y enseguida nos cautivó. Por la ingeniosa letra, que retrataba a un entrañable perdedor con quién era fácil identificarse, por las referencias locales, por el irresistible el ímpetu rumbero y los aires mediterráneos y por aquel “Escolta Peter, dame aire con tu abanico, que soc de Barcelona i em moro de calor!” que precedía el solo de guitarra de Portet. Un testimonio muy barcelonés de toda una época.
La de los 90 fue una década polarizada. Si en cuanto al britpop debías decidirte entre Blur u Oasis, con respecto al grunge tenías que ser o de Nirvana o de Pearl Jam. Nirvana ganaron la partida a los de Seattle, pero Eddie Vedder y compañía contribuyeron a romper la inercia del rock de pelo cardado y falocéntrico de los 80 con una mirada introspectiva que encajaba con el desencanto real de la juventud. ‘Alive’ fue un himno para todos los que vieron en la poderosa voz de barítono de Vedder y en el magma de guitarras de la banda una especie de tabla de salvación; rockeros, pero humildes y parecidos al público y, eso, fuera de la escena underground, era relativamente nuevo.
Bobby Gillespie, que había sido batería de The Jesus and Mary Chain, ya había grabado dos discos con Primal Scream, pero hasta entonces parecía una banda indie de segunda. Su tercer álbum, ‘Screamadelica’ (1991), en cambio, fue toda una revelación para ellos y para la escena británica. Los de Glasgow se aliaron con el DJ Andrew Weatherall y perpetraron una irresistible fusión entre el rock y la música house que entonces aún resultaba inédita. El disco comenzaba con este góspel ligeramente lisérgico, puerta de entrada a un festival de música colorista, eufórica y exuberante.
Soundgarden no gozaron de un éxito tan estratosférico como el de Nirvana y Pearl Jam, pero fue un grupo que llegó muy adentro entre el ‘fandom’ del rock de guitarras mundial. Esto quedó demostrado con la conmoción causada por la muerte prematura de su carismático cantante Chris Cornell, en 2017 a la edad de 52 años. Canciones como ‘Spoonman’, sobre un artista de calle de Seattle, mantienen todavía un magnetismo poderosísimo y representan a la perfección el espíritu de la mejor música grunge de los años 90.
La cultura rave, underground en los 80, se convirtió en masiva en los 90. Los encuentros ilegales anunciados poco antes por emisoras de radio pirata encontraron su lugar en los grandes festivales, en recintos cerrados, con abono y pulsera. Y este ecosistema fue el nuevo reino de los Chemical Brothers. Canciones como ‘Leave home’, de su primer disco ‘Exit planet dust’ (1995), tenían todos los ingredientes de la música de baile electrónica para las masas: big beat, riffs bastante melódicos y estribillos lo suficientemente reconocibles como para dar cobijo a fans del pop, del rock y de la música techno bajo una misma carpa.
Héroes del Silencio entraban en la década de los 90 con una estética todavía muy de finales de los 80: rock duro de herencia post punk que los acercaba a grupos como The Cult. Representaban, sin embargo, un hecho inédito en el rock español, un cierto mesianismo que arrastró a miles de seguidores hacia una introspección e intensidad nada habituales en el ‘mainstream’ cantado en castellano. ‘Entre dos tierras’ fue el primer sencillo de ‘Senderos de traición’ (1990), disco producido por Phil Manzanera (Roxy Music) que consagró a los aragoneses.
Segurísimo que no es la mejor canción del rock catalán –ni siquiera de Sau–, pero sí la que llegó más lejos. Coreada por miles de personas en el mítico concierto del Palau Sant Jordi, versionada más tarde por artistas como Luz Casal y Shakira, es la balada en mayúsculas de una época. Contiene, incluso, un error célebre (“reflexada la teva llum“) que el público perdonó e incorporó aunque quizás muchos no sabían que la canción está dedicada a… la luna. Oírla en la voz de Carles Sabater todavía emociona.
La historia de Elastica fue un regalo para el NME y los tabloides musicales británicos, que se alimentaban tanto de música como de ‘gossips’ entre las estrellas del britpop. Justine Frischmann formó Suede con Brett Anderson, pero cuando rompieron como pareja –ella empenzó a salir con Damon Albarn de Blur–, Frischmann acabó saliendo (o expulsada) del grupo. Junto con Justine Welch –que había tocado la batería brevemente con Suede–, Annie Holand y Donna Matthews, fundó Elastica, y no tardaron mucho en petarlo con canciones como la pegadiza ‘Connection’, con un riff irresistible y un ritmo bailable que invitaba a la fiesta durante aquellas noches gloriosas de música alternativa en el New York o el Panam’s.
Bajo capas de distorsión emergía una de las melodías más bonitas de la década, de aquellas que nos reconcilian con el pop de guitarras atemporal y que nos invitan a bailar con el puño en alto y una cerveza en la mano. Los escoceses acababan de publicar ‘Bandwagonesque’ (1991), el disco que les dio fama internacional, a pesar de que siempre se han mantenido en un discreto segundo plano. Power pop clásico, con una letra sencilla sobre una chica -Norman Cook la escribió a toda prisa al estudio, justo antes de grabar la canción- y un juego de guitarras magistral que nos lleva a tocar el cielo cada vez que la escuchamos.
Como se ha demostrado de sobras, Pau Donés ha acabado siendo uno de los músicos más queridos de nuestro país. Sin menospreciar toda su producción posterior, es imposible olvidar que gran parte de la culpa es de un único hit, pero qué hit. ‘La flaca’ se coló en la memoria sentimental de una generación entera, primero gracias a un anuncio, luego por méritos propios. Y en esa canción ya estaban todos los ingredientes de Jarabe de Palo: el ligero vaivén latino, la simplicidad de la letra y la melodía, y la confortable sensación de tener a un grupo de amigos tocando para ti, más que a una banda de estrellas del rock a quien idolatrar.
Si en general el rock catalán miraba musicalmente hacia el pasado, Els Pets hicieron un esfuerzo para apuntar hacia sonidos más contemporáneos y con ‘Bon dia’ se acercaron al britpop del momento. No fue un movimiento tan raro, ya que Lluís Gavaldà es un experto en pop británico, pero en ese momento sonó como una verdadera bocanada de aire fresco. Todavía hoy, ‘Bon dia’ es una de las canciones más emblemáticas del rock catalán, un himno costumbrista y resplandeciente, que además sirve para levantarse de buen humor.
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