Resumen del año: Los 50 mejores discos de 2021 | Babelia – EL PAÍS

Resumen del año: Los 50 mejores discos de 2021 | Babelia – EL PAÍS

Todo parecía ir razonablemente mal. Lo suficiente como para alentar el riesgo y la creatividad que tienden a surgir en tiempos convulsos, pero no tanto como para que el invento se fuera al garete, o para que sacar provecho artístico del malestar general pudiera entenderse como un supino acto de egoísmo y falta de empatía. Y en estas estábamos cuando llegó diciembre y tocó pensar los 10 mejores discos de pop rock internacional del año y volver como cada año por estas fechas a debatirse sobre si considerar estos meses como un síntoma o como una anomalía.
El síntoma de que el pop y el rock es cosa de mujeres se ha seguido confirmando. La anomalía es que los discos ya no resultaron tan atractivos como en tiempos recientes. Adele sacó otro álbum que no era ni mejor ni peor que los anteriores. Billie Eilish lanzó su segundo largo y resultó algo más flojo que su debut, pero sobre todo, mucho menos sorprendente. Lana Del Rey publicó dos buenos discos que van a significar relativamente poco en su discografía. St. Vincent armó un revival de los setenta que nadie había pedido y se le caducó el álbum días después de salir a la venta. Con la intención de coger sitio llegó Olivia Rodrigo, que logró colarse en las listas de éxitos con su versión licuada de todo lo interesante que ha sucedido en el pop masivo en los últimos años. Todo lo contrario que Rebbeca Taylor, quien recogiendo lo sembrado por Charli XCX, Dua Lipa y Sugababes ha entregado un manual sobre cómo hacer pop después del pop. Incluso los combos de rock que más interesantes largos han lanzado llegaron liderados por chicas. Desde Australia, Amyl & The Sniffers, con Amy Taylor al frente, le ha devuelto la diversión macarra al rock. La inglesa Florence Shaw es la voz y el cerebro de Dry Cleaning, cuya propuesta de pospunk y spoken word es una de las más atractivas, ingeniosas y sorprendentes del año.
Ha habido otro disco de Nick Cave, de los abrasivos, junto a Warren Ellis. Y han vuelto Foo Fighters y Iron Maiden para prolongar el estado zombi de ciertas cosas. Y Lil Nas X, tras batir todo tipo de récords, debutó en largo y entregó una horterada a la altura de las expectativas creadas. Y ha habido conatos de hacer cosas interesantes en el r’n’b por parte de Pink Pantheress (en versión moderna) o Jazmine Sullivan (en versión retro disfrazada de moderna), pero han salido entre regular y mal. Podríamos recurrir al tópico y llamar a 2021 año de transición, pero viendo hacia dónde parece que transiciona todo, casi mejor llamarlo accidente, levantarse, sacudirse el polvo y caminar hacia 2022, que total ya está aquí al lado.
“Me cansé de ser esa dulce mujer heterosexual en una banda indie”. Así explicaba la inglesa Rebecca Taylor el proceso con el que ha pasado de ser la vocalista en Slow Club, un combo con mejores intenciones que canciones, a liderar este proyecto de pop total, a ratos abstracto, a ratos simplemente irresistible. Entre Dua Lipa, Charli XCX y las jamás suficientemente ponderadas Sugababes.
En su segundo largo, The Weather Station, el proyecto liderado por la canadiense Tamara Lindeman, se abandona al lado más elegantemente comercial de los años ochenta. Entre Talk Talk y Fleetwood Mac, con toques folk e incluso de jazz radiofónico, Ignorance es la reivindicación de la belleza en tiempos de feísmo.
Los primeros sencillos de esta joven londinense empezaron a circular durante el confinamiento. Sus delicadas melodías y una instrumentación que en ocasiones podía emparentarla con el lado más comercial del trip hop, o sea, con Morcheeba, llamaron la atención de los medios británicos. A principios de 2021 lanzaba este, su álbum de debut, con el que se ha llevado el prestigioso Mercury Music Prize. Arlo Parks es la voz tranquila de la nerviosa generación Z.
Cuando llegue el fin del mundo sobrevivirán las cucarachas y el rock. Empieza a resultar fascinante cómo a estas alturas del siglo XXI aún hay bandas que encuentran agujeros por los que colarse en el discurso imperante utilizando un arma tan trasnochada como el rock. Estos australianos lo han logrado este año con este increíble disco de punk macarra, sucio, estúpido y a la vez lúcido. Una barbaridad intensa, divertida y adictiva.
Una de las parejas más improbables del año. El líder de Primal Scream y la ex vocalista de Savages se unen en un disco sorprendente tanto por su calidad —a estas alturas poco se esperaba ya del primero y poco ha dado la segunda en su carrera post-Savages— como por su idiosincrasia. Ambos dejan atrás sus afanes rupturistas para entregar un álbum con alma de clásico, mucho más cerca de Nancy Sinatra y Lee Hazlewood que de Sid y Nancy vestidos de Gucci, que es un poco lo que han sido ambos en tiempos recientes.
Contaba Jason Williamson, líder de este dúo de Nottingham, que durante el confinamiento se había dedicado a hornear y a escuchar pop. Nada en contra de seguir basando su discurso en el punk y el hip hop, pero ya tocaba, contaba, intentar cantar un poco. Y eso es lo que hace con resultados fabulosos en el que es el mejor disco de Sleaford Mods, incómodos cronistas del momento, renegados de la generación X.
El viaje hacia la excelencia arrancado en 2017 con Flower boy se culmina con este fabuloso disco en el que quien fuera el rapero más cazurro del colectivo Odd Future, aquel combo de rap que hace una década trajo todo lo bueno y lo malo de NWA al siglo XXI, se destapa como un artista total. Por fin, Tyler explota, trasciende definitivamente los confines del hip hop y logra algo que no creíamos que jamás pudiera pasar: un año sin disco de Kendrick Lamar que no se nos hace largo.
Vamos a ser sinceros: no lo hemos puesto más arriba en esta lista porque nos ha parecido un abuso, después de que el año pasado dos largos suyos lideraran lo mejor de 2020. Pero la verdad es que este Nine, el quinto disco en apenas dos años y medio de este secreto colectivo londinense, está a la altura del par de opus que lanzaron el pasado año. Soul, funk, hip hop, folk y pospunk combativo, inteligente, emocionante y adictivo. No parece que tengan intención de entregar nunca un disco flojo.
El combo liderado por Florence Shaw ha sido una de las sorpresas más gratas de este extraño año. Ella recita versos que podrían ganar varios concursos de poesía cotidiana, procaz y política mientras los músicos describen círculos sobre el legado del pospunk y el posrock. El resultado es hipnótico, algo que no se parece a nada y que, en menos de un año, ya cuenta con una tropa de seguidores e imitadores.
Es casi imposible encontrar en 2021 un grupo que haya cruzado el Rubicón de los noventa con tanta destreza, sosteniendo su discurso sin repetirse, sin mirar atrás en exceso, sin dejarse seducir por los metálicos cantos de sirena del autotune. Low son lo que permanece. Ese sillón con aspecto de romperte la espalda si te sientas en él, pero que en realidad es realmente cómodo.

La música española hizo embudo con multitud de discos publicados en el último trimestre, carta de presentación para otro embudo de giras. Sin embargo, nadie pudo competir en impacto con C. Tangana, que asaltó la primera división del pop desde la música urbana y su alianza con el productor Alizzz, quien cerró con su propio disco en solitario. En ese disco, participó Rigoberta Bandini, la gran revelación con Perra, canción destinada a la ansiada pista de baile tras la pandemia. Una pista que tiene nueva jefaza: Zahara, que se despojó del traje de cantautora para ofrecer adictivas dosis de electro-pop.
La electrónica marcó el paso de Maria Arnal i Marcel Bagés, Baiuca, Sen Senra, Califato ¾, Rosario La Tremendita, Nat Simons y un veterano como Kiko Veneno. Si la electrónica es realidad en el pop, también lo es el folclore. Los sonidos raíces sirvieron para embellecer a Vetusta Morla, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, la M.O.D.A., Guadalupe Plata y Depedro, aunque verdaderos embajadores de su concepción más natural y pura son Fetén Fetén y Los Hermanos Cubero: ambos dúos sacaron trabajos de calidad repletos de colaboraciones. También aportó calidad el presidente del folclore español: Elíseo Parra.
En el lado más clásico, con fórmulas de garantía conocidas, estuvieron Fito & Fitipaldis, Ángel Stanich, Quique González, Triángulo de Amor Bizarro, Mikel Erentxu, Morgan, Corizonas, Izal, Lori Meyers y Los Deltonos. Entre la juventud, hay que quedarse con Niña Polaca y Axolotes Mexicanos. Y no olvidar a Rozalén, que recibió el Premio Nacional de las Músicas Actuales. Mención especial —ya que canta en inglés— para Joana Serrat, que ha creado un disco arrebatador.
La sociedad C. Tangana y Alizzz ha roto el tablero de la música española. Como ya sucedió con Rosalía en 2019, este tándem ha sabido crear nueva una fórmula contemporánea de pop desde su perspectiva urbana. Si ella lo hizo con el flamenco como base, ellos lo hacen con el folclore español y el latinoamericano.
Otra sociedad que funciona a las mil maravillas: la de Zahara con Martí Perarnau, quien ha sabido sacar el lado más alternativo y fascinante de la cantante. Pop nacido de la electrónica, bajo intensas dosis de atmósfera industrial, para un álbum que habla de los maltratos psicológicos, parejas tóxicas, culpa, pena y emancipación.
Canta en inglés y parece salida de cualquier rincón de Estados Unidos, como si fuera el nuevo talento del folk norteamericano. Pero Joana Serrat es catalana y ha creado su gran obra de madurez. Un disco de folk contemporáneo preciosista con un ligero y atractivo barniz pop. Música absorbente y de grandes evocaciones oníricas.
La curiosidad es el motor de este dúo catalán que consigue rastrear la tradición con la misma pasión que la experimentación. Este disco es toda una conquista sonora que lleva a un estado hipnótico, como de ensoñación. Voces sintéticas, cajas de ritmo y arreglos orquestales y electrónicos que le dan al conjunto un aire cinemático.
El segundo disco de la banda sevillana confirma su halo especial. Un combo fascinante donde el rock duro y la psicodelia se mezclan con florituras del folclore andaluz. Derroche de facultades para el ritmo trepidante de estos chicos que han sabido crear un sello incomparable en la escena española.
En 2021 el hip hop salió de la cuarentena con reclamos de altos vuelos: la guerra personal y artística entre Drake y Kanye West, el excelente regreso al rap de Tyler, The Creator, la toma de conciencia mainstream de J. Cole, los álbumes póstumos de DMX o Mac Miller, la alianza entre Mach-Hommy y Griselda o la segunda entrega de King’s Disease de Nas. Pero la atención y las miradas de admiración se las llevaron otros: Little Simz, Baby Keem, Dave, Lil Nas X o Isaiah Rashad, abanderados de un fascinante relevo generacional, han convivido con los sospechosos habituales del underground, desde The Alchemist, Evidence o Ka hasta Rome Streetz, Bruiser Wolf o MAVI. En la música urbana latina, Rauw Alejandro, Karol G y Mora brillaron con álbumes decididamente transversales, inconformistas y certeros.
En el circuito r&b, el dominio femenino ha sido aplastante. Desde vertientes sonoras muy dispares, PinkPantherness, Cleo Sol, Snoh Alegra, Summer Walker, H.E.R., Arlo Parks o Nao han protagonizado una de las mejores cosechas recientes de un género que incluso se ha permitido el lujo retro del proyecto Silk Sonic. No muy lejos del r&b, y de otras vertientes urbanas, han andado grandes discos del circuito electrónico del 2021: desde Loraine James hasta Joy Orbison, pasando por James Blake, The Bug o Park Hye Jin. Aunque ninguno de ellos ha podido competir con la conmovedora alianza entre Floating Points y Pharoah Sanders, un proyecto cocinado a fuego lento que acerca la electrónica al free jazz y viceversa.
En una de las colaboraciones más bien aprovechadas del siglo XXI, el proyecto electrónico Floating Points, el veterano saxofonista Pharoah Sanders y la orquesta sinfónica londinense arman un disco de impacto duradero, sutil y precioso en las formas e inteligente y rompedor en el fondo. Entre el ambient, el free jazz, el jazz espiritual y la neoclásica, Promises es el gran hito, electrónico o no, del 2021.
El disco de consolidación, expansión y explosión definitiva de la rapera inglesa más allá de la escena local, Sometimes I Might Be Introvert es un ambicioso, en ocasiones desmesurado, siempre apabullante, paso adelante en su trayectoria en el que las rimas de Little Simz por fin encuentran una producción a la altura de sus expectativas e intenciones.
La maternidad es el eje temático y emocional del segundo álbum de Cleo Sol, tan conocida por su fascinante debut, Rose in the Dark, como por sus andanzas en el proyecto Sault. Mother propone una mirada sosegada, íntima, melancólica y evocadora del r&b, lejos de las superproducciones, de la influencia hip hop o de los anhelos futuristas.
Probablemente la gran referencia del universo latino en este momento, Rauw Alejandro tiene un talento especial para crear canciones pegadizas, bailables y contagiosas sin renunciar a un estilo personal, cambiante y en constante evolución. VICEVERSA incorpora con naturalidad nuevas influencias e ideas a un sonido que está consiguiendo ir mucho más allá del reguetón.
El productor de hip hop más en forma del momento, The Alchemist, ha protagonizado un año antológico en el que han destacado dos proyectos con muy pocas similitudes entre ellos. El creador de Los Ángeles ha demostrado su talento para adaptar y mutar su sonido según el momento: del flow pausado de Boldy James a las rimas heterodoxas del dúo experimental Armand Hammer.
El mundo de los discos de archivo oscila actualmente entre el gigantismo y el racionamiento. Muchas compañías funcionan por el tonelaje, pergeñando productos monumentales con precios premium: para la historia del absurdo queda esa edición de lujo de All things must pass, de George Harrison, que incluye reproducciones a escala de los gnomos de jardín que aparecían en la portada. Con creciente frecuencia, se hacen tiradas limitadas, que desaparecen velozmente hacia el mercadillo de los especuladores. Las tácticas de venta —rápido, rápido, rápido— también pasan por otorgar exclusivas o condiciones favorables a determinados vendedores, lo que convierte las compras en ejercicios de comparación y agilidad. Por si faltara confusión, Universal impulsa su propia tienda, udiscovermusic.com, con precios tentadores en sus propios lanzamientos.
Aunque viven años de vacas gordas, los grandes emporios parecen haber renunciado a esos recopilatorios panorámicos que iluminaban un territorio o un periodo musical. Una antología como Directions In Music 1969 To 1973, que recoge la influencia del Miles Davis eléctrico sobre los músicos que le respaldaban, no sale en la discográfica del trompetista, como cabría esperar. En algunos países —no suele ocurrir en España, ay— ceden la explotación de los nombres más olvidados a compañías pequeñas, que conocen los nichos del mercado. La presente selección se fija en discos para gourmets y coleccionistas serios, de disponibilidad garantizada. Se evitan las novedades destinadas al Record Store Day, iniciativa últimamente colonizada por multinacionales empeñadas en banalidades tipo vinilos de colorines que disimulan la resurrección de grabaciones mil veces reeditadas.
Todos esos batallones de teóricos dedicados a la hagiografía de Madonna La Transgresora deberían dedicar al menos la milésima parte de sus esfuerzos a pioneras como Annette Peacock, que en 1978 concibió esta exposición de situaciones eróticas y reflexiones sexuales sobre combinados de rock y jazz a cargo de elocuentes instrumentistas, un magma que evocaba las querencias de Steely Dan.
Si en la primera caja conocíamos a la folkie que enriquecía su repertorio con formidables piezas originales, aquí ya está la cantautora instalada en el Edén californiano: maquetas, tomas alternativas y directos (uno de ellos grabados por ¡Jimi Hendrix!). Pistas para su radiante futuro: confesando su atracción por el jazz, un tibio intento de incorporar acompañantes, un “Woodstock” con piano…
La volubilidad del indie alcanzó cotas aberrantes con My Bloody Valentine, banda guadianesca especializada en someter a su público a volúmenes insanos. Sus esperadas reediciones no decepcionan: Loveless, tal vez su obra más seductora, junta una versión remasterizada a partir del DAT de 1991 con un nuevo máster realizado con las cintas analógicas. Pueden pasar días, meses buscando las diferencias.
Medio siglo antes de que Adele se instalara en Beverly Hills, otra inglesa emprendió la aventura estadounidense. En Atlantic, Dusty trabajó con Jerry Wexler o la pareja Gamble-Huff, luego inmortalizados por el sonido de Filadelfia. Fueron sesiones incómodas, por negarse a interactuar con los músicos y otras inseguridades. Ordenadas por sencillos, las grabaciones muestran los esfuerzos de todos por generar éxitos.
Saxofonista francés de legendaria vida desordenada, Wilen renació creativamente en los ochenta. El planteamiento de French ballads era utilizar cimas de la chanson con idéntica imaginación que los jazzeros estadounidenses aplican a sus standards. Y funcionó: Wilen “verbaliza” con lirismo los sentimientos de Trenet, Prévert, Piaf. Se suman cinco tomas inéditas; el librito contextualiza el proyecto con fotografías y testimonios.
Que al poco de comenzar el año muriese una figura como Chick Corea no era buen augurio. El año 2021 ha sido extraño para el jazz, debido especialmente a la pandemia y sus consecuencias. Festivales y clubes comenzaron a recuperar parte de su vieja actividad, y muchos músicos nacionales vieron que, a medida que las estrellas internacionales giraban de nuevo, su teléfono, tan activo en 2020, fue sonando menos. La reflexión es necesaria: el jazz en España necesita espacios para desarrollarse, y algunos programadores (pocos, lamentablemente) muestran que el jazz nacional, más allá de los nombres de siempre, puede convivir perfectamente con los artistas internacionales en sus carteles.
En lo discográfico, la industria cada vez mira más hacia atrás en busca de grabaciones perdidas, y los grandes hitos del año vuelven a señalar a inéditos de John Coltrane o Bill Evans, aunque lo más relevante siempre está en la actualidad, particularmente en veteranos como Wadada Leo Smith o Dave Liebman, cuya producción discográfica este año ha ido mucho más allá de un simple buen álbum. Entre los músicos jóvenes, se abre cada vez más la brecha entre los nombres que están llegando a otras audiencias a golpe de fusión y la escena más ortodoxa: los primeros, cada día más populares, artísticamente siguen siendo más promesa que realidad, y la segunda parece haber dejado de despertar el interés de gran parte de la audiencia, y amenaza con quedar enterrada en su nicho. Un año de transición este, y no particularmente memorable para el jazz.
La producción de Taborn como líder es pequeña en comparación con la multitud de proyectos colectivos en los que participa, pero cada álbum suyo reafirma que es una de las grandes voces del siglo XXI. Esta grabación en directo, completamente improvisada a piano solo, es portentosa de principio a fin. Creativa, original, apabullante en lo interpretativo y propia de los más grandes del piano.
Este álbum es la punta del iceberg de la producción de Parker en 2021, tras una caja de 10 álbumes publicada en enero y otro CD salido a la par con este último. Planteado como secuela del fantástico Painter’s Spring que grabó hace 20 años, esta sesión muestra a tres instrumentistas brillantes tocando con intuición pasmosa y creando algo mágico: el equilibrio perfecto entre tocar con plena libertad y con un swing inquebrantable.
Rava es el último gigante europeo: no hay nadie de su edad que se mantenga en semejante forma. Como instrumentista, sigue a pleno rendimiento, y como líder se mantiene curioso, arriesgado y rodeándose de jóvenes portentos para enriquecer su música. Esta grabación en directo es tan muestra de la genialidad de Rava como de algunos de sus músicos, particularmente el magnífico pianista Giovanni Guidi.
La consagración. Entre todos los músicos surgidos en los últimos años, pocos muestran la consistencia en ideas y calidad de esta joven trompetista, que ha llevado al directo su Fly Or Die para producir el álbum definitivo del proyecto. Donde otros jóvenes tiran de viejas ideas regurgitadas para producir música hueca, aunque atractiva, Branch es puro nervio, pasión musicada y todas esas cosas que dan sentido a la música improvisada.
Volver a escuchar a Hargrove y a Miller, ambos fallecidos prematuramente, y ambos nombres esenciales de sus respectivas generaciones, es un auténtico regalo venido de un pasado reciente. Grabado en directo en 2006 y 2007, este doble álbum a dúo aporta mucho al legado de ambos músicos, y los muestra en un contexto desahogado y auténtico. Los dos hablan el mismo lenguaje: el de la tradición bien entendida, y mejor interpretada.
Que el guajiro Elíades Ochoa colabore con C. Tangana en la canción Muriendo de envidia es asunto que traspasa lo anecdótico y adquiere categoría de esencial. Más o menos como el hecho de que Rubén Blades participe en un disco del reguetonero Yandel. Quiero decir que las cosas en esa taxonomía imprecisa que denominamos músicas del mundo no son lo que parecen o lo que quieren contarnos algunas publicaciones europeas. Y a propósito del reguetón: que el mediático James Rhodes lo critique eso sí es un chascarrillo; que el ex Calle 13 Residente le cante las cuarenta a J. Balvin no lo es. Para zanjar el asunto: hay reguetón bueno y malo, y el resto son ganas de enredar. No es baladí, por otra parte, hablando de Blades, que mientras se piensa si deja o no la salsa, este año nos haya obsequiado con Salswing! y dos variantes: Salsa Plus! y Swing! Otros arrebatos de las Américas del siglo XXI pasan por Cimafunk , Mon Laferte, Sofía Rey, ÌFÉ, Bomba Estéreo, IMS… Ah, y se ha reeditado por su 25º aniversario el influyente álbum Buena Vista Social Club. El patio africano está al rojo vivo, especialmente en la clase de las chicas con nombres como los de Yemi Alade (Nigeria), Mosty (Costa de Marfil) y Ami Yerewolo (Malí). En la de los chicos, Made Kuti, Ballaké Sissoko (ha publicado dos álbumes en 2021) y su colega Toumani Diabaté han editado su aparcado directo con la London Symphony Orchestra. Y Tánatos ha hecho estragos entre los músicos latinos: Johnny Pacheco, Larry Harlow, Adalberto Álvarez, Roberto Roena…
Segundo álbum de ÍFÈ, proyecto de Otura Mun, puertorriqueño afincado en Nueva Orleans y sumo sacerdote del culto de Ifá, de origen yoruba. Asume los hallazgos de IIII+IIII, su predecesor, pero ensancha las vías musicales del mapa sonoro de la diáspora africana. Voces, tambores, sintetizadores y otros instrumentos reformulan diferentes patrones caribeños formando una resaca del Atlántico negro del siglo XXI.
Editado junto al nuevo disco de su padre, Femi Kuti, con el título general de Legacy, este estreno de Made, quien prescinde de banda y toca todos los instrumentos que suenan en la grabación, brilla con luz propia. Sí, las bases son afrobeat, pero la altura… una barbaridad. ¿Jazz contemporáneo? Vaya usted a saber, Made ha bebido de los grandes saxofonistas americanos y lleva el aprendizaje a un terreno singular.
Seis es el álbum más mexicano de Mon Laferte. Es cierto que hay una recodificación del imaginario azteca, pero esa gata ronroneadora que es Laferte va más allá y entra en terrenos de cumbia, de canción romántica, de bossa, de bolero-swing, de vals norteño… Musicalmente brillante y vocalmente agitadora, es “la mujer que cuelga de la soga, la mujer como el tequila y la droga”.
Portada paradigmática: Rubén, apoyado en un mosaico formado por las caras de algunas de las grandes luminarias del jazz de la música latina. Y es que Salswing es la continuación de ese legado: del encuentro del jazz y la música afocubana. Aquí, con la big band de Roberto Delgado, lo latino se muestra rediseñado, y el swing rompe las costuras de la salsa.
El arte de los rrways, poetas y cantantes bereberes del alto Altas, el anti-Atlas y la región de Souss, es uno de los grandes estilos de la música popular marroquí. Parte de ese gozoso patrimonio se recoge aquí en 10 cedés, resultado de muchas horas de grabación. Son cien canciones registradas por 49 artistas (hombres-rrways y mujeres-tarrwaysin) y una orquesta de varios músicos.
Hay cierta calma común en varios de los trabajos discográficos que definen el puzle de las músicas libres en 2021. Cierto reposo, voluntad de parar, una unión quizás inconsciente en esta estética de la lentitud. Marina Rosenfeld (Teenage Lontano), Annea Lockwood (Becoming Air / Into the Vanishing Point), Beatriz Ferreyra (Canto +), Éliane Radigue (Occam Ocean 3) o Phill Niblock (Exploratory I y II) ilustran este sosiego, esta invitación a escuchar de otro modo desde la composición contemporánea. L’Rain (Fatigue), Space Afrika (Honest Labour) y Phew (New Decade) sugieren que otro ritmo es posible incluso en la gran ciudad. Circuit Des Yeux (-io), Grouper (Shade), Daniel Bachman (Axacan), o Ryley Walker junto a Kikagaku Moyo (Deep Fried Grandeur) enfrentan el paso lento desde un pop-rock que exige al oyente un cuajo distinto en la escucha. Maxine Funke (Seance) y HTRK (Rhinestones) hacen lo propio desde dos estéticas se diría que antagónicas en la canción de autor para llegar a un lugar común: la pureza era esto. Joana Gomila y Laia Vallés apuestan por el formato físico en Així Deçà —que se edita en casete— y reivindican en él la palabra y su escucha. En tiempos en los que metaverso es candidata a palabra del año despedíamos hace dos meses al compositor contemporáneo Luis de Pablo (nos dejaron también Yoshi Wada, Peter Rehberg y Alvin Lucier, entre otros). Su obra We (1968) acaso conjugue varias posibles réplicas a tan omnipresente término y resuma esencialmente una retrospectiva de este año que se fuga. ¿Era el futuro, entonces?
La tercera entrega de la serie Occam Ocean de Éliane Radigue sigue los pasos de sus dos predecesoras: explora en profundidad las relaciones entre volumen, tiempo, tono, timbre y color en tres composiciones pensadas para instrumentos acústicos. Violín, viola y violonchelo interactúan entre sí (a trío, a dúo, solo) con variaciones tan imperceptibles que el oyente las espera prácticamente como revelaciones divinas. Extático.
El guitarrista y compositor norteamericano Daniel Bachman comenzó a dejar de lado la estética del guitar soli en su anterior trabajo (The Morning Star, 2018). En Axacan da un paso más allá para firmar un complejo álbum conceptual alrededor de la idea de territorio como lugar casi místico de creación de la identidad. Blues, grabaciones de campo y música concreta conforman una obra de difícil catalogación y escucha exigente pero fascinante.
A medio camino entre el tono confesional y el lugar cotidiano, Taja Cheek (L’Rain) entrega un segundo disco en el que caben grabaciones de campo (lavando platos, autobuses, palmas, niños), r&b abstracto, melodías perfectas que se desintegran con premura, fraseos con aire de clásicos que igualmente desaparecen de manera casi inmediata, pop psicodélico sucio y evocador, y medios tempos poderosos de soul y funk sobrevolados por el espíritu del “hazlo tú misma”. Ubicuo y adictivo.
Sencillez desbordante. Guitarras (Nigel Yang), voz (Jonnine Standish) y electrónica minimalista conforman la que quizás sea la colección de canciones más destilada de 2021. Imaginario propio (en un lugar único entre las murder ballads y una sofisticación cosmopolita), fraseo arrastrado y profundamente sugerente, tempos desesperadamente lentos, sigilosas y oscuras construcciones melódicas. Esencia y misterio de la canción pop. Puro esqueleto.
Desde la electrónica experimental (que tampoco tiene complejos con la alegría, el puro ritmo; Laia) y la palabra dicha (no cantada, tampoco recitada, improvisada y con importancia; Joana) —en mallorquín— se construye aquí un imaginario desde lo rural e individual hacia lo urbano y colectivo. En tránsito, en movimiento, hacia delante. Siete mini piezas (todas orbitan alrededor de los dos minutos) que permanecen en la memoria de un modo extraño. Como en un sueño.
Una generación insobornablemente libre, bien formada e informada, se atreve sin complejos a ponerle una nueva cara al cante tradicional. Los estilos clásicos, aunque en ocasiones se ven penetrados por músicas urbanas actuales, apenas sufren alteraciones en su interpretación, pero sí en la forma en que esta es presentada. El uso de la electrónica, si no el de guitarras enchufadas y distorsionadas, se muestra así imparable. Rosario La Tremendita y Kiki Morente, ambos provenientes de acendradas casas cantaoras, han lanzado sendas grabaciones que son buenos exponentes de la tendencia. En la dialéctica entre tradición y creación, los dos ofrecen composiciones propias e innovaciones que intentan actualizar el canon. Un ejemplo más radical lo constituye el debutante Cristian de Moret, en una nueva versión de flamenco eléctrico.
La música instrumental flamenca ha continuado una línea creativa en la que la guitarra no es siempre el vehículo de la evolución. Instrumentos como el contrabajo, la flauta travesera o los saxofones hace tiempo que se contagiaron de los ritmos flamencos y protagonizan trabajos también llenos de libertad. En esta línea destaca el del contrabajista Pablo Martín Caminero que, en formato de trío de jazz, homenajea a la guitarra flamenca de concierto reinterpretando composiciones de los grandes maestros. También el flautista Sergio de Lope encuentra soporte en las formas jazzistas para su nueva grabación. Caso aparte es el del guitarrista José Luis Montón, que entrega un hermoso y sincero disco de guitarra con la voz de la cantaora Sandra Carrasco. Ritmos y aromas flamencos en la intimidad.
La cantaora de Triana es una pionera en el uso de nuevos lenguajes, con un directo musical y estéticamente rompedor: bajo eléctrico en bandolera, secuenciadores… En su anterior grabación, de 2018, se alejó un tanto de esa línea en la que ahonda ahora con valentía y brillantez. Los estilos clásicos actualizados en la voz de una artista que los ama y conoce bien.
El trabajo de 10 años junto al maestro Gerardo Núñez provoca en el contrabajista esta indagación sobre la guitarra flamenca de concierto y sus reconocidos maestros, cuya elección se antoja más que personal: desde Sabicas a Moraíto, De Lucía y Sanlúcar, Riqueni, Cañizares, Amigo y el propio Núñez. Composiciones flamencas, que, en un gran trabajo de adaptación, son transportadas al ámbito del trío de jazz.
El encuentro se adivina tan franco como lleno de naturalidad se presenta el resultado. Un ramillete de composiciones de Montón solo para voz y guitarra que, presentadas con desnudez, desparraman pellizcos y guiños de diverso signo: emoción junto a un cierto desparpajo y una permanente complicidad entre dos personalidades artísticas que parecían destinadas a encontrarse.
Impacta de entrada la voz, desgarrada y de flamenquisímo metal, que, en los sucesivos temas, se acompaña de toda una galería de músicas extraída de la rica tradición contemporánea, un destilado de decenios de rock, funk, blues y algo de jazz. Un festival de guitarras y teclados con diferentes texturas para una jondura que se reviste de eclecticismo en una amistosa asociación.
El pequeño de los Morente realiza un giro estilístico en su segunda grabación. Si en la primera buscó en sus raíces, en esta mira al futuro con una producción dominada por los arreglos electrónicos y la coproducción de Enrique Heredia El Negri, a la sazón un colaborador de su padre, el gran Enrique, de alargada sombra, con el que comparte una malagueña. Cantes clásicos con ropajes modernos.
Cuando en un teatro de ópera se roza la perfección, existen pocas experiencias comparables. Es lo que sucedió en el Teatro Real el pasado mes de abril, cuando los mismos directores musical y escénico (Ivor Bolton y Deborah Warner) que nos habían dejado noqueados en Billy Budd lograron estremecernos con el suicidio de su hermano mayor, Peter Grimes. Benjamin Britten volvía a hacer historia en Madrid y Warner supo trazar delicados puentes entre la amarga suerte de estos dos hombres perseguidos y condenados a morir en alta mar. Una nueva ópera de Kaija Saariaho, Innocence, estrenada en verano en el Festival de Aix-en-Provence, metió el dedo en la llaga de los crímenes silenciados, pero cuyas heridas siguen supurando donde menos cabría imaginar. En tiempos adversos, hay que reivindicar con fuerza la ópera como un bien necesario. Casi en el extremo opuesto, con tan solo un piano y un talento que aquella tarde de marzo pareció inconcebible, Daniil Trifonov dio vida a El arte de la fuga en el Auditorio Nacional como tan solo un genio puede hacerlo. Y algo parecido podría afirmarse de Antonio Serrano, que, pertrechado únicamente con su armónica, tocó Bach tanto al pie de la letra como en recreaciones rebosantes de swing a pocos metros de donde lo haría luego el pianista ruso. Convirtió un pequeño y humilde instrumento en un aliado omnipotente. Todo ello en el año en que el mundo recordó, deslumbrado, a Josquin des Prez.
Si el año pasado fue Beethoven, en 2021 todas las miradas se han vuelto, con justicia, sobre Josquin des Prez, fallecido hace 500 años como la mayor celebridad musical que había conocido Europa. Si su único retrato fidedigno visita en la portada 20 veces (tantas como piezas contiene el disco) el taller de Andy Warhol, incluido un guiño a las primeras Variaciones Goldberg de Glenn Gould, en el interior —sacro y profano, ortodoxo y heterodoxo a partes iguales— hacen su aparición puntual las ondas Martenot, el órgano Fender Rhodes y el sintetizador Buchla, perfecto complemento de interpretaciones vocales absolutamente excepcionales de un grupo vocal suizo al que no puede perderse de vista.
Un año más, Benjamin Alard tiene que ocupar uno de los puestos de este quíntuple podio. Lo hace, de nuevo, por méritos propios, con la última entrega de su integral dedicada a Bach, centrada en los años cruciales que el músico pasó en Weimar. Preludios corales y toccatas dominan en esta ocasión el repertorio, lo que equivale a decir que estamos ante múltiples instantáneas del Bach improvisador, impulsado por una fantasía a ratos desbocada. Un órgano, un clave con pedales y un clavicordio son los tres instrumentos elegidos por Alard para obrar estos nuevos prodigios.
Para quien quiera parar motores durante una hora y alejarse del mundanal ruido, este disco le ayudará a transportarse a ese lugar libre de tensiones. Si Thélème envolvía a Josquin con modernos y sorprendentes sonidos instrumentales, estos tres músicos argentinos lo despojan de todo lo accesorio y lo dejan reducido a su esencia, con sobrias intabulaciones del vihuelista y tersas líneas vocales, que parecen avanzar lentamente sobre un alambre, de los cantantes. El resultado es una perfecta radiografía, con ocasionales dejos hispánicos, del genio musical de Josquin.
Nadie lo hubiera esperado de un pianista con su perfil y su formación, aunque después de oírle tocar en Madrid la última obra de Bach nada podía desearse más que Daniil Trifonov grabara algún día aquel milagro que nos acababa de regalar para poder disfrutarlo en un bucle sin fin. Sin saberlo nosotros, ya acababa de hacerlo en Berlín, a comienzos de este año, y a punto de despedirse 2021 hay que elevar estos dos discos a lo más alto. La primera parte de este Arte de la vida se concentra en los hijos de Bach, mientras que en la segunda su padre coge el testigo, con los contrapuntos y cánones de El arte de la fuga como centro de este retablo más que original recreado con una inteligencia y una sensibilidad desmedidas por el pianista ruso.
En su ámbito, la integral de los Lieder de Schumann ocupa una posición equivalente a la de las Cantatas de Bach o las Sinfonías de Beethoven: una cima absoluta e inesquivable. El compositor alemán escondió todo en sus canciones: sus deseos, sus éxtasis, su locura, sus temores. Un estallido brutal de creatividad en 1840 produjo en unos pocos meses más obras maestras de las que nunca nadie, antes o después, fue capaz de producir. Christian Gerhaher se ve reflejado en el espejo en constante metamorfosis de Schumann y solo así se explica su identificación con todo cuanto canta. En estos 11 discos hay, al menos, una canción que trata de cada uno de nosotros.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
O suscríbete para leer sin límites
Suscríbete y lee sin límites

source

Comments

No comments yet. Why don’t you start the discussion?

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *